En la política española, se tiende a aceptar el «pack» completo de ideas de la izquierda o la derecha, sin espacio para el pensamiento propio. Esto empobrece el debate democrático y promueve la polarización. La virtud, sin embargo, está en el centro, donde se toman ideas de ambos lados y se busca lo mejor para el país. La adhesión ciega a una ideología genera fanatismo e impide el diálogo constructivo. España necesita más moderación, apertura y soluciones basadas en el sentido común, donde se valoren las propuestas por su mérito, no por su etiqueta ideológica.