La obsesión masiva por franquicias como Batman revela la infantilización cultural de Occidente: preferimos relatos simples, morales maniqueas y estímulos fáciles antes que arte o ideas complejas. Este fenómeno, alimentado por la educación técnica, el entretenimiento instantáneo y la política-espectáculo, erosiona el pensamiento crítico. La fascinación por «héroes fuertes» normaliza la idea de líderes autoritarios, mientras el lenguaje y la participación cívica se empobrecen. Para revertirlo, urge consumir cultura exigente, educar en el cuestionamiento y recuperar espacios de debate. El peligro no es Batman, sino una sociedad que renuncia a pensar y abre la puerta al autoritarismo. La resistencia empieza con libros, no con superhéroes.