El comunismo, como teoría política y económica, promete una sociedad sin clases y con recursos distribuidos equitativamente. Sin embargo, en la práctica, se enfrenta a dos grandes obstáculos: la naturaleza humana y el dinero físico. Las personas, con sus deseos, ambiciones y comportamientos complejos, no siempre se alinean con los ideales comunistas de cooperación y altruismo. El egoísmo, la ambición, la diversidad de valores y la tendencia al abuso de poder dificultan la implementación de un sistema comunista puro.
El dinero físico, por otro lado, simboliza la propiedad privada y la acumulación de riqueza, lo que contradice los principios comunistas. Su eliminación podría facilitar un control estatal más estricto y una distribución más equitativa, pero también plantea riesgos como la creación de mercados paralelos y un autoritarismo extremo.
Teóricamente, el comunismo podría funcionar en un mundo sin seres humanos ni dinero físico, donde los recursos se distribuyen equitativamente y el conflicto de intereses es inexistente. Sin embargo, esta visión utópica no es factible en la realidad, ya que las complejidades humanas y la necesidad de un medio de intercambio económico son esenciales en la vida social. Así, el comunismo sigue siendo una idea atractiva pero impracticable en la realidad.