La inteligencia humana muestra señales preocupantes de declive: nuestro cerebro ha encogido con el tiempo, el cociente intelectual promedio disminuye en varios países y la tecnología nos ahorra tanto esfuerzo mental que apenas ejercitamos la mente. Ya no es necesario ser especialmente inteligente para sobrevivir ni para tener éxito social. La educación se simplifica, el pensamiento crítico retrocede y el entretenimiento rápido sustituye a la reflexión. Aunque no enfrentamos un colapso inminente, sí corremos el riesgo de atrofiar nuestra capacidad de pensar si seguimos delegando todo. Pensar, hoy más que nunca, es un acto consciente de resistencia.