La reflexión destaca cómo el nivel cultural influye en la forma de disfrutar el ocio y gastar dinero. Las personas con mayor cultura pueden enriquecerse con actividades como leer, escuchar música o conversar, mientras que quienes carecen de estas herramientas suelen depender del consumo para llenar su tiempo. Este planteamiento invita a reconsiderar qué entendemos por riqueza: lo material frente a lo intelectual. Además, subraya la desigualdad en el acceso a la educación y la cultura, esenciales para democratizar esta «riqueza duradera». En un mundo dominado por el consumo, cultivar un ocio creativo es un acto de resistencia y autodescubrimiento.